lunes, 29 de marzo de 2010

domingo, 21 de marzo de 2010

Reseña sobre Camino de vacas, por Ezequiel Alemián

“Terrible levedad” es el título de uno de los poemas largos que hay en “Camino de Vacas”, el volumen con textos de José Villa que editó hace unos meses Gog y Magog y que incluye dieciseis libros y poemas escritos entre 1989 y 2005, algunos inéditos y otros, como “Cornucopia”, que ya fueron objeto de varias ediciones artesanales.
Es un título temerario, “Terrible levedad” : lo integran dos términos tal vez demasiado abstractos, o con una importante contaminación lírica, o prosaicos, en el sentido de antiguos, de usados. No parecen combinarse con demasiada precisión. Una gravedad puede ser terrible, pero ¿una levedad? Si es leve difícilmente sea terrible. Lo que comparten lo leve y lo terrible es mucho menos que lo que no comparten. Fugan hacia perspectivas de sentido muy diferentes. En términos poundianos, podría pensarse que una levedad terrible es una imagen demasiado nebulosa.
Y sin embargo, en esta decisión de acercar dos términos que casi se repelen, de hacer que se reflejen mutuamente comienza a propagarse una de las principales propuestas de la poética de Villa.
Acá, la combinación de términos no encierra y define con precisión lo que se lee: las palabras no suman sus sentidos en la combinación, sino que los restan, reduciéndolos a un mínimo común denominador (difícil de aprehender, además, en la medida en que la sucesión de palabras vuelve a miniaturizarlo cada vez).
Villa no acumula para construir sentido o potencia de sentido como gesto de verdad (o gesto de potencia como equivalente de verdad de la imagen). No es el poema que se impone, que se reconoce de inmediato en una suerte de clacisismo o en tensión hacia cierto clacisismo (como modelo previo de lo que “debe ser” lo poético). En sus mejores textos, hace el camino inverso: trabaja en contra del gesto de consolidación de sentido como forma de acceder a cierta cosa real. ¿Real? ¿O a qué se accede por consolidación? ¿A lo real, o a su inverso?
Villa tiene algo pongeano de trabajar para el aseo intelectual. Si la poesía es una imagen focalizada, la de Villa, como la de Ponge, es una suerte de pre-poesía, o de pos-poesía. No es el acto ni es su verdad, tampoco es su nostalgia, sino el paso de los tres. Villa no precisa: se corre. No mata a las palabras con el peso del sentido: las desplaza del lugar sintáctico de la precisión y las deja resonando, encendidas, sin que hayan terminado de ser absorbidas por la frase.


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martes, 16 de marzo de 2010

Uno de Paz Levinson

Hola Lars

estuvimos en tu casa como sabés

gracias por tu hospitalidad

la verdad es que nos vino muy bien

llegar a una ciudad y tener un lugar para nosotros

pero tengo que decirte que

estuve limpiando bastante

y creo que ya te conozco

lo suficiente como para saber

que aunque yo limpié mucho

no te vas a dar cuenta del trabajo que hice

porque si nunca viste esos rastros

no vas a notar su ausencia.

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Club de traductores: poemas chinos

El lunes 15 de marzo tuvo lugar la segunda reunión del año del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. En ella, Miguel Ángel Petrecca se dedicó a explicar algunos de los problemas que se suscitan al traducir poesía china contemporánea. Quienes estén interesados en ver su exposición y el posterior debate con el público pueden hacerlo consultando http://www.ustream.tv/recorded/5477161.


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martes, 9 de marzo de 2010

Tercer capítulo de Poetas en off

Por las dudas, ahora tengo un pitbull...

"Los Whiskys estaban reunidos en la casa de Durand ultimando los detalles del número 2 de la revista, que incluiría poemas inéditos en español de Williams traducidos por Raimondi, y la traducción de una entrevista que realizaba Teresa Arijón..."

sigue acá http://www.lospoetasenoff.blogspot.com

martes, 2 de marzo de 2010

¿Qué estás leyendo? Hoy Eduardo Muslip


Estoy terminando las Memorias de África, de Isak Dinesen, o sea Karen Blixen. Vi el libro en una colección de “novela romántica” en una librería de Corrientes, con tapas celestes con mariposas doradas, cisnes, flores, un tronco seco del que sale una ramita, una señora con sombrero y velo. (Pensé en forrarlo para cuando lo leo en el tren, pero no lo hice). Karen describe sus años en África, y no se me aparece muy seguido la imagen de Meryl Streep en “África mía”, tan lejos está el libro de la película. Comenta sus experiencias con los somalíes, tribus de indígenas locales, hindúes, etc., que conoce en su granja en Kenia. Subrayo todo el tiempo frases, unas muy lindas y hasta algunas un poco tontas, que me dan ganas de transcribir pero que solas se desmerecen, las partes subrayadas necesitan el libro para lucirse. Voy a intentarlo igual. Un cocinero, originario de una tribu de ahí, “nombraba los platos según el acontecimiento producido el día en que los aprendió. Hablaba de la salsa del rayo que partió el árbol y de la ensalada del caballo gris que murió”. A las mujeres somalíes “les interesaba todo y las cosas pequeñas les gustaban mucho” (me sentí identificado con ellas). En el libro hay observaciones sobre la naturaleza, el colonialismo, la soledad, la pérdida, y una mirada sobre los otros que yo querría hacer propia. Hace poco terminé Una excursión a los indios ranqueles, de Mansilla, y los dos libros tienen sorprendentes puntos de contacto, en el talento para la descripción de un mundo culturalmente tan distinto del de origen del observador.



Eduardo Muslip nació en Buenos Aires en 1965. Publicó novelas (Hojas de la noche, Plaza Irlanda, Fondo negro: los Lugones) y libros de cuentos: Examen de residencia y, más recientemente, Phoenix). Estudió y trabajó en la UBA y en la Arizona State University. Publicó en varias revistas literarias (V de Vian, Pisar el césped, Mil mamuts, entre otras) y en distintas antologías. Vive en Buenos Aires, y es profesor en la Universidad Nacional de General Sarmiento.


Foto: Victoria Nana.

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